sábado, 6 de diciembre de 2014


Cuando somos conscientes de que lo hemos roto todo, quizás duele el doble. Será por el sentimiento de culpa, por la impotencia de no poder arreglarlo. De no querer arreglarlo. Normalmente nos oponemos a ciertas situaciones, desafíando al destino. Tal vez nos cueste demasiado aceptar que algunas cosas han de ser tal y como son. Aunque realmente, siempre somos los responsables de que así sean. Somos el propio destino, ese al que al final siempre acabamos echando las culpas. Lo más grave quizás llegue cuando sabemos que está todo estropeado, que lo que antes era paz ya se ha convertido en algo insano, pero decidimos no mover un dedo para cambiarlo. Preferimos vivir con la indifierncia, asumiendo que es la situación que ahora nos toca, da igual si mejor o peor que la que antes había. Claro que habrá ocasiones en las que merezca la pena luchar por cambiarlas, por volver a ellas. Pero cuando sientes que ciertos aspectos de tu vida han dado un giro brusco y te da igual que ahora sea distinta, entonces es que te has dado cuenta de que fue bonito mientras duró, pero que ahora ya no dura, porque tú no quieres. Quizás has visto que tampoco era tan bonito como parecía en el instante en el que lo hicimos mágico y que si estás bien ahora sin ello, no hace falta volver a llamarlo a gritos. Están en nuestras manos muchas más cosas de las que pensamos. Aún tenemos el control, hasta que decidamos dejar de tenerlo.

2 comentarios:

  1. ¡Vaya preciosidad de blog! Yo ya te sigo!, te invito a que pasees por http://estaba-escrito-maktub.blogspot.com.es Te espero por allí, un beso enorme!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mil gracias cielo, me alergro que te guste! Ya mismo me paso por el tuyo :)

      Eliminar