viernes, 10 de abril de 2015

Haciendo un pulso, cabeza y corazón...



¿Imaginas poder elegir, al menos durante un par de días, qué sentir? Probablemente después querríamos que fuese así siempre. O quizás al final nos volveríamos locos por tanta cordura. De vez en cuando viene bien cerrar el circuito de la razón para dejar que toda la fuerza la transmita el corazón, desde dentro, desde lo más profundo. Imagina diciéndote: "no te mueras de ganas por darle un abrazo" y que realmente lograras no hacerlo. Imagina diciéndote: "enamórate de esta persona, que aunque no se corresponde al cien por cien con tu prototipo, es quien más (y mejor) va a saber quererte." Qué orgullosos estaríamos de nosotros, ¿no? Y qué poca chispa tendría la vida.
¿Quién, con los ojos cerrados, se atrevería a negar un beso a la persona que logra sacarle la más descuidada carcajada y consigue hacerle feliz con su forma de ser? Por desgracia, buscamos las bases del amor en demasiadas otras cosas. Ojalá pudiésemos elegir en quién fijarnos o a quien querer, pues demasiadas veces el corazón es torpe y un poco kamikaze también. Y nosotros, en fin, nosotros somos los que se enamoran del interior pero que, si no les gusta el envoltorio, se fuerzan a decir que ya no sienten nada por lo de dentro. Qué humano e irónico se ha convertido desperdiciar oportunidades de vivir de manera plena, desde el sentido completo del alma, desde el amor sincero a alguien, de esa magia, la esencia real, que hubiera aparecido con los ojos cerrados y que permanecería con simplemente escuchar una voz. Qué valientes nos creemos al rechazar lo que queremos, por el hecho de que la sociedad no lo quiera... Qué valientes. 

(Y qué inconscientes).

sábado, 7 de febrero de 2015

Me quiero demasiado como para odiar tanto. Merezco demasiado como para conformarme con tan poco. Después de tantas experiencias y tantos golpes se aprende. Claro que se aprende. A caer con un poquito más de glamour. Supongo que serviría de consuelo pensar que caemos por las zancadillas que nos ponen los demás y no por nuestro propio peso. Sin embargo, no consuela ni siquiera eso. Ojalá dependiese todo de uno mismo, ojalá pudiéramos elegir cuando hacernos daño y ojalá no viviésemos expuestos al peligro de los demás.
Cuando utilizas tu alma entera de coraza, siempre se quiebra un poquito. Quizás por el frío que siempre le viene de cara y las puñaladas que salva. Sí, llamemos salvar a dejar que el puñal se clave pero no mate. El alma expuesta a todo deja que te desangres, poco a poco, que es como más duele, cómo más vivo al fin y al cabo te sientes. 


(Siempre acabo de escupir palabras con la sensación de no entender una mierda, y esta es la primera vez que me atrevo a reconocerlo por escrito.
Aquí dentro no hay orden, por si no ha quedado claro.)

domingo, 4 de enero de 2015

Y si apunto a las estrellas...



Cuando parece que conocemos a alguien sin conocerlo. ¿A quién no le asusta (y a la vez le hace tan feliz) encontrar a alguien con el mismo caos mental y a la vez con las mismas ideas tan claras? La vida es un cúmulo de casualidades, y quizás la casualidad y el destino vayan de la mano. A veces no hace falta entenderlo, tan solo sentirlo, aceptarlo tal cual es, tal cual nos ha llegado. Parece mentira ser protagonista de una película que sabes que podría ser ganadora de un Óscar, como mínimo. Juro haber escuchado en su voz la señal más obvia, el motivo perfecto, incoherente, irracional o incluso surrealista. Me dijo que odiaba la sensación de perder el tiempo, de sentir como la vida pasa sin dedicar el tiempo en todo aquello que nos merece la pena. Y después me di cuenta de lo bien que sienta tener a tu lado (lejos o cerca, pero a tu lado) a alguien con las mismas ganas de filosofar a las tantas de la noche sobre lo bonito de la vida y las putadas de la misma. Entendí que la casualidad somos nosotros, nuestro empeño y nuestra ilusión, nuestra inocencia y nuestra sorpresa por habernos encontrado. Qué extraño y reconfortante resulta ser el objetivo de tu objetivo. Y qué bonito, sobretodo, qué bonito.

sábado, 6 de diciembre de 2014


Cuando somos conscientes de que lo hemos roto todo, quizás duele el doble. Será por el sentimiento de culpa, por la impotencia de no poder arreglarlo. De no querer arreglarlo. Normalmente nos oponemos a ciertas situaciones, desafíando al destino. Tal vez nos cueste demasiado aceptar que algunas cosas han de ser tal y como son. Aunque realmente, siempre somos los responsables de que así sean. Somos el propio destino, ese al que al final siempre acabamos echando las culpas. Lo más grave quizás llegue cuando sabemos que está todo estropeado, que lo que antes era paz ya se ha convertido en algo insano, pero decidimos no mover un dedo para cambiarlo. Preferimos vivir con la indifierncia, asumiendo que es la situación que ahora nos toca, da igual si mejor o peor que la que antes había. Claro que habrá ocasiones en las que merezca la pena luchar por cambiarlas, por volver a ellas. Pero cuando sientes que ciertos aspectos de tu vida han dado un giro brusco y te da igual que ahora sea distinta, entonces es que te has dado cuenta de que fue bonito mientras duró, pero que ahora ya no dura, porque tú no quieres. Quizás has visto que tampoco era tan bonito como parecía en el instante en el que lo hicimos mágico y que si estás bien ahora sin ello, no hace falta volver a llamarlo a gritos. Están en nuestras manos muchas más cosas de las que pensamos. Aún tenemos el control, hasta que decidamos dejar de tenerlo.

viernes, 5 de diciembre de 2014

Volvamos.

¿Quién no ha pensado miles de veces en volver a ese sitio?
¿Y quién ha decidido no volver por mera cobardía?
Al final, si de verdad lo deseamos, acabamos volviendo, tarde, pronto, o justo a tiempo. Y qué bonito suena el justo a tiempo.
Qué satisfactorio ese segundo exacto. Y qué complicado alcanzarlo. ¿Acaso no parecemos estar siempre en el lugar perfecto (incluso quizás con la persona perfecta) pero en el momento equivocado, o viceversa? Realmente prefiero pensar que ningún momento es equivocado si podemos a sacar algo en conclusión de ello. Si todo este tiempo me niego a definirlo como equivocado, entonces es que puedo (o quiero) sacar algo en conclusión de él.
Y la conclusión es que ha sido una auténtica pérdida de tiempo no equivocado. Llamémoslo así. Contradictorio, como querer manejar el minutero a nuestro antojo. Pero al fin y al cabo somos eso. Tiempo y contradicción.

No necesitamos un año entero
 para cambiar ciertas cosas,
a veces con 361 días es suficiente.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Actitud.

Vale ya de oscilaciones, 
de dudas e indecisiones. 
Se acabaron las excusas 
ante las ganas de actuar.
Vale ya de idas y venidas 
en misma calle de siempre.
Cambiemos el rumbo, 
cambiemos la visión y las vistas, 
avancemos por impulsos. 
Dejemos de estancarnos, 
de estar parados, 
bloqueados con la meta 
a metro y medio de nosotros. 
Arriesguemos, 
para poder mantener algo en un futuro. 
Mantengamos lo que somos 
para arriesgar en lo que podemos llegar a ser. 

Vale ya de quedarse quieto 
mirando como la vida nos arrebata 
lo que en realidad nosotros solos estamos perdiendo.


domingo, 8 de diciembre de 2013

Prueba a hacerme estrella, esa a la que suspires, pidas, desees. Acércate a mi como quien se acerca a mirar por la ventana desde un séptimo piso. Sientes el vértigo, pero, ¿ves la ciudad entera brillar? Somos nosotros. Haz que cada luz sea yo. Aférrate a mis más puros sentimientos como si quisieras fundirlos con los tuyos. Llena de intenciones cada poro de mi piel y resuelve el acertijo que esconden los lunares de mi espalda. Hazte dueño de ellos. 
Prueba después a deshacerte de cada gramo de mí, experimenta qué diferente sería todo si nos maldiciésemos en bocas diferentes.
Pero ven, vuelve, luego siempre vuelve.