lunes, 2 de septiembre de 2013

On fire.


Pudimos haber amanecido más de un día en la playa, con la sonrisa tonta aún fija en nuestras caras. Él sabía que su mirada a las 00:00 de la noche era el único deseo que podía yo pedir. Y lo tenía. Lo tuve. Fue nuestro, algo así como un regalo compartido, pero que siempre es un poco más de uno que de otro... pero que nunca paras a pensarte de quién. Fue como la estrella fugaz que esperas con ansia en una noche de verano, como el vuelo barato a tu destino preferido, como la canción esperada mientras vas en el coche con la radio puesta, como el vestido perfecto en la tienda más escondida del barrio. Duró lo mismo que dura un hielo cerca del fuego, lo mismo, exactamente lo mismo. El porqué está claro: no todo lo bueno (ni lo malo), dura para siempre. Y aún más claro está que él era el fuego y yo el hielo.

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